Esta edición quedará para mí como el año de unos particulares aficionados que nos han recordado que la vida no es apta para profesionales (y también que no estamos vacunados contra la soledad). 'Aficionados', así se llama el experimento atrevido, plausible y fantasioso que ha parido el cineasta vallisoletano Arturo Dueñas quien, junto a varios colegas, nos ha regalado un film de creación conjunta a medio camino entre la improvisación teatral y el documental. Conozco a Arturo desde hace muchos años y no ha dejado nunca de sorprenderme. Bibliotecario, truenófilo, semincero y tipo inquieto capaz de guiñarte un ojo y aparecer al instante en Estonia o en Brasil, en Budapest o en Lisboa. Hace tres años se matriculó en la Film Academy de Nueva York y volvió con dos cortometrajes bajo el brazo. Fue el preludio de la última de sus locuras que lleva por título 'Aficionados' y que se ha convertido en su primer largometraje. Todo en este proyecto ha sido original y revolucionario. Se ha rodado en Valladolid y con gente de Valladolid, sin subvenciones y sin maquillajes de ningún tipo. Un salto al vacío rodado con el corazón. Un experimento en el que los guionistas no son guionistas y los actores no son actores. Incluso las localizaciones son las casas de los actores o sus lugares de trabajo. El proyecto surgió en un taller teatral (Espacio Abierto que siempre nos recuerda a Ricardo Vicente) y, tal vez por eso, el resultado final tiene más que ver con el teatro y con la improvisación. Los propios actores, a través de un blog, fueron escribiendo ellos mismos sus personajes, convirtiéndose en parte fundamental del proceso creativo. El resultado visual de todo ello es particular y audaz, con movimientos de cámara rápidos, zooms algo histéricos, continuos desenfoques y un montaje sin pulir. Eso forma parte también del experimento. De hecho, la copia presentada en la Seminci es un premontaje 'work in progress', como dicen los yanquis. Una primera toma de contacto con el público para que el mismo público opine y decida sobre qué cosas están bien y qué cosas sobran. De alguna forma, el público tiene la (pen)última palabra. Habrá que esperar el resultado final. Hasta el momento, estas vidas cruzadas, versión pucelana del Dogma, pero mucho más cálida y con sabor a lechazo, prometen y mucho.
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